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El desafío de la Autoempatía



¿Cuándo fue la última vez que te trataste mal por algo que no hiciste bien o no resultó cómo querías?, ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que te felicitaste por un buen resultado o logro?


En la medida en que comenzamos a entender que en nuestro interior conviven distintas partes de nosotros mismos, es posible comprender mejor cómo se va construyendo y reconstruyendo nuestra autoestima y nuestra concepción de quiénes somos en lo cotidiano de nuestras interacciones sociales, laborales y familiares. Esto, ya que podemos comprender que el análisis que hacemos de quiénes somos y de cómo nos emocionamos o comportamos no es efecto de la razón, la lógica o nuestra mente, como una única instancia, con un único criterio o moral, sino que desde la razón, lógica o mente de cada una de nuestras partes, que hace valoraciones subjetivas y, por ende distintas, de la forma de emocionarnos, pensar y comportarnos cuando estamos identificados con cada una de las partes que nos habitan.


Así, si es que estoy identificado con ese aspecto de mí que tiende a ser crítico con el mundo, enjuiciador de quienes me rodean, que suele hacer comentarios descalificadores y a hacerme sentir culpa con facilidad, es muy probable que mi concepción de mí mismo, y el valor que le doy a esa concepción, estén teñidos por la mirada de mi crítico interno que me castiga por no hacer las cosas mejor, por lo que hice mal y por lo que dejé de hacer. Mientras que si estoy identificado con mi parte tolerante, que tiende a ser flexible y comprensiva, es mucho más probable que mi autoevaluación sea también más abierta y respetuosa.


Se hace más fácil, por tanto, pensar en la necesidad de darnos amor a nosotros mismos y empatizar con nuestros propios sentimientos y emociones, ya que podemos mirarnos desde otro lugar, pero que igualmente reside en nuestro interior, permitiéndonos pensarnos desde una mirada más comprensiva y acogedora, que sabe de qué parte de mí vienen las valoraciones que estoy realizando.


Lo importante por tanto es comprender que la valoración de mí mismo no es objetiva sino que está teñida de aquellas partes con las que me voy identificando en los distintos momentos del día y de mi vida, lo que hace necesario aprender a mirarnos con mayor empatía y compasión, aprendiendo a desarrollar la autoempatía y la autocompasión, lo que se traduce en una mirada más comprensiva de mí mismo, de mis funcionamientos, de mis personajes, de aquellos que quiero y deseo aparezcan con más frecuencia, pero también de aquellos que nos encantaría erradicar de nuestro interior porque nos hace sentir emociones que no nos gustan pero que, como les comenté en post anteriores (aquí y aquí), tienen una razón de ser, un espacio en el guión de mi vida, aunque a veces se apoderen de mí en los momentos que no corresponden.


Ayuda a tus partes a entrar en diálogo, sin hacerlas callar a la fuerza con críticas destructivas, sino que tratando de comprender de dónde fueron aprendidas esas críticas o de dónde provienen esas emociones que te causa displacer experimentar.

Aprende a mirarte con cariño, a respetar las partes que habitan en ti y su historia.

Aprende a aceptar tus errores con cariño. Está bien molestarse por las propias fallas, por tropezar con las mismas piedras, por desear lo que sabemos que no podemos tener, o por actuar de maneras que son dañinas para nosotros mismos o quienes nos rodean, pero recuerda que tienes derecho a equivocarte, que tienes derecho a cometer errores, a sentir envidia o rabia y que es por algo que surgen esas vivencias en tu interior.


Recuerda que mientras no aceptes tus partes y sus emociones permanecerán defendiéndose con uñas y dientes, mientras que en la medida que les permitas su espacio, fluirán en su curso normal, momentáneo y coherente.


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