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Yo no soy mi mente

Actualizado: 3 sept 2018



Alguna vez te has preguntado ¿qué es esa vocecita que narra lo que vas percibiendo a través de tus sentidos, interpretando e incluso sintiendo?


A medida que escribía mi último post La mente en perspectiva se me hacía cada vez más necesario aclarar algunas ideas respecto de cómo nuestra mente nos hace creer cosas que no necesariamente son. Algo de esto ya comenté en el artículo La mente miente, el cuerpo no, pero en él quise resaltar el rol que tiene el cuerpo como fuente de información fidedigna, sin embargo, no abordé en profundidad cómo o por qué es que nuestra mente miente. Aquí intentaré hacerlo.


Esa vocecita con la que conversamos en nuestro interior es precisamente nuestra mente. Es la forma en que conceptualizamos el conjunto de experiencias internas y externas que vivimos, las conclusiones que sacamos del mundo que nos rodea e incluso, de nuestras reacciones emocionales. Es decir, es información procesada por nuestro cerebro, a través de nuestra capacidad cognitiva de memoria, razonamiento, atención, entre otras.


Todo, absolutamente todo lo que perciben nuestros sentidos está siendo recibido por nuestro cerebro, el que rápidamente – e incluso sin darnos cuenta - selecciona, procesa y almacena información de acuerdo a nuestra experiencia previa, conectando con información consciente o inconsciente que ha sido guardada con anterioridad o creando nuevas conexiones neuronales que actúan como un filtro través del que pasarán las nuevas experiencias, pensamientos o emociones.


Sin embargo, no somos capaces de registrar toda esa información en nuestra conciencia, aún cuando influye en nuestra forma de concebir el mundo que nos rodea, las personas con las que interactuamos, sus acciones, etc.


Ahora bien, ¿por qué existe información que no registramos?


Una primera razón tiene que ver con la capacidad de nuestro cerebro de percibir los estímulos y la velocidad en que es capaz de registrar esta información en nuestra memoria. Por ejemplo, al mirar una fotografía hay quienes pueden recordar gran cantidad de detalles tras sólo unos segundos de observación, mientras que otros, incluso tras el doble de tiempo, sólo recordarán la mitad.


Otra razón tiene que ver con nuestros mecanismos de defensa, estrategias de nuestro Yo para poder protegerse de circunstancias, personas, situaciones, vivencias que activan respuestas que no podemos tolerar, por el posible daño que generarían de ser enfrentadas o vividas sin dicha protección. Estos mecanismos operan desfigurando la realidad y, aunque en su origen buscan protegernos, se comienzan a utilizar de manera automática e inconsciente, pudiendo volverse desadaptativos. Por ejemplo, bloqueamos información, la sobre argumentamos desde nuestra razón o intelecto o atribuimos aspectos propios a otras personas, sesgando nuestra percepción de la realidad, limitando así lo que conocemos de manera consciente de nosotros mismos. Esa información que ha sido transformada no podemos ya ponerla en palabras (sea porque nuestro cerebro no logró registrarla o porque ocultó esa información de nuestra consciencia).


Sumado a ello, nuestra capacidad de comprender el mundo que nos rodea está limitada también por nuestra capacidad de conceptualizar aquello que percibimos (desde nuestro lenguaje, idioma, vocabulario). No todos los idiomas tienen la misma cantidad de conceptos. ¡Qué loco es pensar que hay otros idiomas donde existen cosas que nosotros no sabemos que existen porque no sabemos cómo llamarlas!. Uno de mis ejemplos favoritos es Mamihlapinatapai, palabra que usan los Yamanes - nativos de tierra del fuego - que no usamos en el español y que refiere al momento en que dos personas se miran esperando que el otro inicie una acción. ¿Lindo no?


Así, creemos contar con toda la información, pero no es verdad. Olvidamos que nuestro cerebro tiene una capacidad limitada de procesamiento de información, que nuestra mente intenta protegernos de emociones que le hacen sentir en peligro (filtrando lo que registramos o la forma en que lo almacenamos) y que nuestro lenguaje crea realidad, determinando y limitando la realidad que podemos percibir y a esa vocecita que nos acompaña en nuestro interior.


Terminamos entonces convenciéndonos de que esa voz maneja toda la información, de que esa ES la realidad, el TODO y obviamos que existe mucha más información de la que nuestra mente maneja (de hecho, nuestra mente no es capaz de pensar en negativo, y para pensar en un NO, necesita primero pensar en el hecho en positivo para después negarlo. ¿Recuerdas el ejemplo de No pienses en un lápiz?)


No somos sólo nuestra mente. La mente es un testimonio de nuestra realidad, pero nosotros somos mucho más que eso, tenemos otros testimonios. Somos más que cerebro o intelecto. Somos cuerpo, somos sensación, somos emoción y sí, también somos razón e intelecto. Somos más de lo que el lenguaje puede concebir.


Aquí radica la importancia de atender a otras fuentes de información y no sólo a la del lenguaje hablado o a la voz en nuestra cabeza. Necesitamos de eso otro que también somos para poder tener una visión más objetiva de nosotros mismos, de lo que nos sucede y de lo que nos rodea. Entonces, y sólo entonces, podemos ayudarle a nuestra mente a tomar consciencia de las cosas, a poner todo en perspectiva, a no generalizar ni sacar conclusiones apresuradas, a observar aquellas ideas y emociones con la que está enlazando nuestras nuevas experiencias, ideas y emociones, asegurándonos así de que haga un registro más fidedigno y menos sesgado de lo que nos sucede.


Para ello es clave que no sólo limitemos nuestra capacidad cerebral de procesar información al intelecto, sino que le demos importancia a aquellas fuentes de información que no necesariamente vienen de nuestra mente, sino de nuestro cuerpo, de nuestra espiritualidad, de nuestras energías.


Te invito a reflexionar cuánto espacio y validez le das a aquellas fuentes de información que no tienen forma de ser nombradas. A ese sexto sentido que tenemos en nuestro interior, al instinto, al nudo en la garganta, la sensación extraña que acarreas en tu estómago hace días, a esa incómoda sensación que te inunda cuando estas cerca de tal o tal persona, etc.


¿Cuáles de estas otras fuentes de información tienen lugar en tu vida?, ¿Qué otras conoces?

¿Cómo podrías ayudarte a ti mismo a escuchar esas voces que habitan en ti pero que no tienen lenguaje?

¿Qué está diciéndote tu cuerpo, tu sexto sentido, tu instinto o tu espiritualidad, que no estás pudiendo escuchar porque no le prestas el suficiente tiempo ni atención como para ayudarle a poner en palabras aquello que parece sólo una sensación?


Te invito a compartirme tus comentarios.


Nos estamos leyendo.


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