top of page

Procrastinación emocional

Actualizado: 3 sept 2018



“Ahora si que te lo mando”, “tendría que haber ido el mes pasado a control con el doctor”, “sólo me falta terminar la tesis”. Apuesto que al menos una de estas afirmaciones aplica a tu realidad actual o, al menos, a la de tu último año. Si es así, probablemente luego de leerla (y de sonreír como niña o niño travieso, pillado haciendo maldades) aparecieron en tu mente varios argumentos, o excusas, de por qué no habías hecho eso que prometiste a otro o a ti mismo.


Procrastinar, el arte de dejar para mañana lo que se puede/debe hacer hoy. De aplazar lo importante por cosas de menor relevancia o más agradables. Un hábito más común de lo que imaginamos. Creo que sería difícil encontrar a alguien que no se sienta identificado con este hábito. De hecho hay imágenes dando vueltas por las redes sociales con esta palabra asociada a distintos ámbitos de nuestro quehacer cotidiano.


Lamentablemente, no aplica sólo a situaciones o tareas de los ámbitos sociales, de salud física, laborales o académicos, como los mencionados en los ejemplos, sino que también al ámbito emocional y personal. Igual de común son frases como “la próxima semana si que pido hora al psicólogo”, “hoy no quiero llorar”, “sé que tengo que terminar esta relación”, “es que no era el momento para decirle que me dio rabia”.


En estas frases podemos también observar la tendencia a no hacernos cargo de lo que nos ocurre a nivel emocional, de postergar aquellas situaciones y emociones que no nos hacen sentir a gusto, que nos dan miedo, que generan incomodidad en la interacción con otros o incluso con nosotros mismos, y que nos obligan a lidiar con aspectos de suma importancia pero no tan agradables.


Parece que los seres humanos tenemos una extraña tendencia a no hacer lo que sabemos que nos hace bien hacer. Hemos aprendido a descuidar nuestra salud emocional con autoengaños, que lejos de contribuir a nuestro bienestar, generan una sensación de placer superficial, escondiendo la vergüenza, angustia, estrés de lo pendiente acumulado, que nos acompaña como una sensación incómoda en segundo plano y que nos sigue donde quiera que vayamos.


Más aun, parece que tenemos la tendencia de mantener conductas, situaciones o relaciones negativas para nuestra salud física y emocional, aún sabiendo el costo que tienen, y teniendo clara la necesidad de romper con estos hábitos o patrones dañinos. Así, comer aunque ya estábamos saciados, ver tele aunque nos duela la cabeza, fumar, beber en exceso, tragarnos las penas, miedos y rabias, no darse el tiempo para actividades que sean placenteras, se ha vuelto nuestro estilo de vida.


En otras palabras, nos cuesta muchísimo encontrar el tiempo para fomentar aquellas actividades, conductas y relaciones que más nos benefician, que nos renuevan nuestras energías y que fomentan un estado de equilibrio entre sanidad mental y física.


Quizás sea por flojera de hacernos cargo, ya que siempre es más fácil seguir para adelante fingiendo que no nos afectamos de lo que pasa a nuestro alrededor, sin hacer el esfuerzo de mirar en nuestro interior. Aunque esto implique ir sumando armaduras que ocultan nuestro ser más esencial y nos distancian de los demás (como comenté en un post anterior).


Tal vez, por temor a que aquellas emociones dolorosas que postergo me obliguen a entrar en contacto con mi vulnerabilidad y no alivien la sensación de malestar que se ha generado de tanto acumularlas en segundo plano, desatendidas. Aun cuando eso conlleve el bloqueo también de la posibilidad de sentir otras emociones que me provoquen placer o puedan terminar por enfermarme, afectando mi salud física (como expliqué en mi último post).


O también, porque preferimos priorizar una satisfacción pasajera al no entrar en contacto con esas emociones que me desagrada sentir. Incluso si con eso me alejo del beneficio permanente que significaría a futuro el saber dialogar con mis emociones, identificarlas, modularlas y expresarlas.


¡Anímate!, junta valentía para enfrentar el miedo a reconocer tus emociones y dedícale energía al trabajo sistemático que implica el reaprender a leer las señales de nuestro cuerpo acerca de nuestro mundo emocional, priorizando tu bienestar al largo plazo.

Todos tenemos la capacidad de sentir miedo, rabia, tristeza, frustración, vergüenza o cualquiera de esas emociones que normalmente preferimos evitar, sin ser invadidos por ellas, pero para eso es necesario atrevernos a aprender cómo hacerlo, ya que culturalmente las hemos tildado como negativas.


¿Qué emociones son las que sueles evitar en tu vida cotidiana?, ¿qué emociones de tu entorno más cercano suelen ponerte tan incómodo que prefieres alejarte cuando se manifiestan?


¿Qué hace falta para que te atrevas hoy a hacerte cargo de aquellas emociones que te incomodan y dejes de postergarlas u ocultarlas?


Atrévete a pedir ayuda si es necesario, no postergues tu salud psicológica y emocional. ¡El día es hoy!


45 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page