¿Has llorado con tranquilidad y sin un nudo en la garganta o en el pecho?, ¿Cuándo fue la última vez que pudiste llorar sin esconderte o sin preocuparte de que otros lo notaran?, ¿Alguna vez alguien te ha dicho “no llores, esto va a pasar” o “no tengas pena”?.
Puede que te resulte raro pensar que estar triste pueda ser algo positivo o, menos aún, necesario, pero la verdad es que lo es. La tristeza es una de las emociones básicas de los seres humanos y cómo tal, nos permite evolucionar. El problema está en que pocas veces nos permitimos (o nos permiten) sentir tristeza pura y, desde muy pequeños, comenzamos a mezclarla con otros estados cargados de emociones o pensamientos negativos, que nos alejan de su origen liberador.
Cuántas veces alguien te ha sugerido que no tiene sentido llorar, te han preguntado cómo te pueden ayudar para que no estés triste o se te quite la pena, o simplemente te dan un cariñito mientras repiten “tranquilo, tranquilo”. Desde pequeños nos enseñan que llorar es malo sin siquiera decírnoslo, pero como somos personas pensantes, basta con que detectemos la incomodidad que se genera en el otro cuando estamos tristes o lloramos para que incorporemos la necesidad de controlar nuestra emoción.
Lamentablemente, esto nos aleja de poder vivir nuestras emociones de una manera libre y natural, lo que nos lleva a transformar una emoción básica (común a nuestra especie independiente de la cultura, raza o historia personal) en una emoción mixta, que depende de nuestros aprendizajes previos, de nuestras heridas o recuerdos positivos, de nuestras experiencias más que de la situación o persona que la gatilla.
La tristeza es una emoción originaria, que nos permite mirarnos a nosotros mismos, hacer una introspección y aprender. Aprender de lo que nos causó dolor, de lo que nos generó sufrimiento, de nuestros errores o de las faltas de nuestro entorno, pero por sobre todo es una emoción que nos permite liberarnos, soltar, en la medida que le damos el espacio necesario en nuestras vidas, sin contenerla ni aguantarla, sin atemorizarnos de estar tristes o enrabiarnos de llorar cuando “el llanto es de los débiles”, sin asustarnos de caer en depresión por abrirle la puerta al dolor, dejando de inventarnos que porque no lloro no sufro, o que porque no me permito estar triste soy más feliz.
Te aseguro que en la medida que te permitas estar triste serás más feliz, porque la profundidad de la tristeza podrá salir de ti, ser liberada, sin quedar contenida en un “nudo en la garganta”, “presión en el pecho”, “peso en los hombros”, “temblor en la pera”. Sino que se podrá expresar en su cauce normal, limpiando el alma en la medida que la aceptamos y no la negamos.
Si aún no me crees, te invito a la próxima vez que te sientas triste, darte unos minutos para sentir profundamente tu tristeza sin ponerle trabas. Si es necesario enciérrate en tu pieza, cuando nadie pueda interrumpirte y permítete no cuestionar tu dolor o pena y simplemente dejarle ser, aceptando su existencia. No pienses en tus aflicciones, sino simplemente nota y permite tu cuerpo triste; respira, habita ese momento. Luego de unos minutos, respira calmada y profundamente por unos segundos y nota cómo estás y lo que ha ocurrido con tu tristeza (para quienes lo conocen, sería un excelente momento de realizar un Step Out).
Bienvenida la tristeza! Estar triste es humano.
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