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La mente miente, el cuerpo no

Actualizado: 3 sept 2018



Nos encanta creer que somos dueños de nosotros mismos, que estamos en control de nuestros pensamientos, conductas y emociones. Sin embargo, aunque lo queramos, nos es imposible algo tan simple como dejar de pensar en un lápiz, cuando escuchamos o leemos la palabra lápiz. ¿Hacemos la prueba?


No pienses en un lápiz.

¡Ya pues! no pienses en un lápiz.

Inténtalo nuevamente, no pienses en un lápiz.


¿Imposible no? Imagínate lo que ocurre al pensar en conceptos más abstractos o que no refieren a objetos, y que están cargados de múltiples significados e interpretaciones, morales, sociales y/o personales. Por ejemplo, la palabra ABORTO o MATRIMONIO. Habrá quienes escuchan esta palabra y despiertan conexiones neuronales asociadas a historias de parejas infieles, a la increíble fiesta de los últimos amigos que se casaron, a un sacramento, al esclavizarse con una pareja única o al mejor momento de tu vida, sin mencionar la diversidad de emociones que pueden estar asociadas. Todo esto, en una milésima de segundo, en que todos los significados que conlleva la palabra se activan en nuestro interior, sesgando nuestra interpretación de lo que sucede en nuestro entorno, activando respuestas emocionales específicas y, por ende, limitando nuestras posibilidades de reacción.


Sin embargo, no sólo se activan estas cadenas de interpretaciones de las palabras que escuchamos, donde el otro tiene al menos la posibilidad de tratar de explicarnos lo que está queriendo decir, sino que también se activan de todos los estímulos que vemos y sentimos, es decir, a partir de un color, un aroma, de una textura familiar o un gesto sutil, de la mueca de tu padre que despierta un sinnúmero de recuerdos cuando la vemos en un desconocido, sin siquiera darnos cuenta, influyendo en lo que sentimos hacia esa persona y en la forma en que nos relacionamos con ella.


Lo anterior nos obliga entonces a tomar consciencia de lo automático que se gatillan nuestras respuestas cognitivas, afectivas y conductuales. Así, cuando escuchamos algo que nos afecta, cuando vemos una situación que nos emociona, es imposible no reaccionar, porque involuntariamente nuestro organismo en su totalidad, cuerpo, biología y mente, comienza a experimentar modificaciones que escapan de nuestro control y que nos llevan a sentir una emoción y no otra, interpretando lo sucedido de una manera específica, determinando el curso de nuestras acciones.


Como vimos al comienzo, el problema está en la dificultad para dejar de interpretar como interpretamos, ya que si bien existen un sinnúmero de técnicas que apuntan a este objetivo o a pausar nuestros pensamientos, el efecto bola de nieve en que una idea nos lleva a otra y a otra y a otra, es tan rápido que tendríamos que estar permanentemente en control de lo que ocurre en nuestra mente (sin siquiera recordar que gran parte de nuestra forma de ver el mundo está influida por nuestro inconsciente, es decir, por ideas, recuerdos y emociones de las que no somos conscientes). Así, cuando se despiertan las cadenas de ideas acerca de un estímulo resulta casi imposible poder estar al tanto de lo que me ocurre internamente y simplemente respondemos, pues aunque nos diéramos cuenta de todos los pensamientos que surgen, resulta muy difícil controlarlos.


Menos mal, tenemos otra fuente de información acerca de lo que nos sucede y que nos permite ser más conscientes de las interpretaciones que hacemos del mundo, interviniendo sobre ellas: nuestro cuerpo. Aquí radica la necesidad de aprender a leer sus señales, interpretando adecuadamente nuestras emociones. Es decir, en la posibilidad de conocer aquello que gatilla nuestras conductas, interfiriendo en nuestra forma de relacionarnos con quienes nos rodean, para poder ser coherentes con nuestra emoción y poder utilizarlas a nuestro favor.


De esta manera, puedo llevar la atención a mi cuerpo y descubrir las emociones que se despertaron con la situación que estoy experimentando, lo que me permite entender mejor de dónde vienen los pensamientos que surgen. Así mismo, puedo ayudarme de mi cuerpo para controlar dicha respuesta y para que ésta sea más coherente con lo que estoy sintiendo, influyendo en mis pensamientos y por ende en mis conductas (te invito a leer del Método Alba Emoting).


En otras palabras, el desarrollar la habilidad de conocer nuestro cuerpo y leer las emociones en él, nos permite conocer lo que realmente ocurre en nuestro interior, en respuesta a un estímulo, a diferencia de nuestra mente que aprendió a transformar, camuflar y distorsionar, incluso haciéndonos creer que sentimos una cosa cuando en realidad es otra. La mente puede engañarnos, pero nuestro cuerpo no.


¿Qué estás sintiendo en este momento? Nota tu cuerpo, tu respiración, tu frecuencia cardiaca. Observa la tensión de tus músculos, tu postura general. ¿Qué te está diciendo tu cuerpo en este momento?


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