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Autogestión emocional



Si pudiera definir cuál es la clave de los procesos psicoterapéuticos exitosos, me atrevería a decir que está en el aprendizaje de la propia gestión de las emociones. Quizás por ello, las emociones son el hilo conductor de mis posts, ya que con el paso de los años he descubierto, tanto a nivel personal como profesional, que no sólo es por donde suelen aparecer las principales señales de que algo no anda bien en nuestra vida (al desarrollar síntomas emocionales), sino que también son la mejor herramienta para conocernos a nosotros mismos y poder tomar decisiones pensadas en nuestra felicidad y bienestar.


En otras palabras, la gestión emocional es la capacidad de poder experimentar nuestras emociones de manera asertiva y utilizarlas en pos de nuestras metas u objetivos.

Para ello, es necesario, no sólo poder identificar nuestras emociones sino también expresarlas adecuadamente, lo que se traduce en intercambios comunicativos más claros y honestos, y por ende, en una mejor interacción con quienes nos rodean, al poder también leer y comprender mejor las respuestas emocionales que tienen ante mis conductas.


Concretamente, la autogestión emocional refiere a: la capacidad de identificar mis propios estados emocionales, la habilidad de modular/regular mis emociones y, finalmente, la capacidad de expresar mi mundo emocional:


1.- Ser capaz de identificar mis propios estados emocionales:

Con ello me refiero a la capacidad de reconocer que estoy experimentando una emoción y poder nombrarla adecuadamente, discriminándola del abanico de posibles emociones o sentimientos que a veces difieren sólo en pequeñas sutilezas.


Para ello, es necesario cruzar la información cognitiva que tenemos acerca de lo que nos sucede con el reconocimiento fundamental de las señales corporales que mi cuerpo me envía acerca de lo que en mi está sucediendo a nivel subjetivo.


Por ejemplo, no basta con pensar “estoy llorando así que tengo pena”, ya que llorar es sólo una señal de la pena (pero no la única), así como también es una señal corporal de otras emociones o mixturas emocionales, tales como la angustia o el pánico, que desencadenarán respuestas muy diferentes tanto en mis pensamientos y acciones sucesivas como en las de a quienes comunico mi estado emocional. Concretamente, me comportaré distinto y esperaré respuestas distintas del otro si creo estar sintiendo tristeza o pánico.


2.-Ser capaz de modular/regular mis emociones:

Ante los estados emocionales que experimentamos, nuestra mente y nuestra capacidad corporal nos llevan a vivir distintos niveles de intensidad. Esto, ya que los estímulos están cargados no sólo de nuestras atribuciones actuales sino también de nuestros aprendizajes previos, que los llenan de significados que atribuimos en cosa de segundos y, la mayoría de las veces, de manera inconsciente, pero también porque nuestro cuerpo va adoptando patrones fisiológicos y corporales que limitan nuestras respuestas.


Es por ello. que se vuelve fundamental el ser capaz de utilizar nuestros recursos cognitivos y corporales para ayudar a nuestro cuerpo y nuestra mente a vivir una determinada emoción sin que ésta nos inunde (porque le es muy familiar a nuestro organismo o le es más fácil de manejar) o la desconozca (debido a que no está habituado a ella o no sabe cómo manejarla).


Para esto, es fundamental conocer qué emociones me son más familiares o usuales y cuáles, por el contrario, no suelo experimentar con facilidad. De este modo, si sé que suelo sentir rabia con facilidad, ante una situación que me haga enojar, necesito recurrir a mi respiración, postura corporal y expresión facial para ayudarme a controlar esta emoción de modo de regularla, para poder expresarla de manera adecuada. Así mismo, necesito recurrir a este conocimiento de mi tendencia a enojar y de por qué me suelo enojar tanto para comprender mí sobrerreacción y facilitar pensamientos que me permitan ajustar mi respuesta emocional al estímulo real.


De igual forma, si tengo dificultad para sentir la pena, puedo ayudarme de mi postura, expresión y respiración para permitirme sentir esta emoción, dando un espacio a mis pensamientos acerca de ese estímulo o situación que la originó.


3.- Ser capaz de expresar mis emociones:

Esto quiere decir permitirnos sentir lo que sentimos y comunicarlo a quienes nos rodean. Sin embargo, este experimentar la emoción implica los pasos anteriores, es decir poder identificar y regular mi emoción de modo de poder expresarla de la forma correcta, en el momento y lugar que corresponde y a quienes corresponda.


Para esto, es necesario poder pensar lo que siento y actuar en consecuencia a ello, aun cuando a veces no sea necesario conversar acerca de la emoción con otros, sino más bien darse el espacio privado para poder acompañar las emociones que surgen, sin criticarlas o cuestionarlas. Sumado a ello, es necesario reconocer el correlato corporal coherente a cada emoción para así acompañar su manifestación subjetiva con una expresión física y corporal adecuada.


Por ejemplo, ante la emoción de tristeza, podría ser suficiente con permitirse un espacio de pena en soledad, donde acojamos en silencio y tranquilidad lo que origina nuestro dolor pudiendo, en caso de ser pertinente, desahogarnos con alguien o comunicar lo que nos sucede en un espacio que sea acogedor y contenedor.


Aunque el identificar, regular y expresar nuestras emociones suenan a pasos muy simples, el desafío de autogestionar nuestras emociones es inmenso y un aprendizaje continuo. Por ello, es que más adelante les contaré un poco más acerca de la relevancia de cada uno de estos elementos y de cómo pueden ser trabajados con el sistema Alba Emoting.


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